El dato que está manejando el Gobierno de Tucumán, de por sí, es sorprendente. Todavía más llama la atención estas cifras si tomamos en cuenta que, desde 1966, las mediciones de desempleo siempre fueron más altas en nuestra provincia que en Buenos Aires, alrededor de cinco puntos de diferencia con variaciones estacionales.

La realidad puede marcar que la desocupación en Tucumán sea de entre el 9% y el 10% y no de la mitad de esas cifras. Hay que llamar las cosas por su nombre. Los planes no deben ser tomados como empleos creados sino como una suerte de seguro de desempleo. Si esa fuera la estrategia, subsidiar a los desocupados, la Argentina en general, y Tucumán, en particular, pueden llegar a tasas cero de desempleo.

Esa interpretación genera dudas, como sucede en Italia, donde el sector público de la zona sur absorbe el desempleo con ese tipo de seguros y hace crecer la brecha con los índices que muestra el norte del país.

Sí hay que reconocer que el desempleo en el Gran San Miguel de Tucumán pudo haber disminuido algo en el segundo trimestre, al tratarse de una época de mayor empleo por estacionalidad, con la pujanza de las actividades citrícolas y azucareras.

Una tasa del 5,5% estaría cerca de lo que se llama desempleo natural (4%), como fue históricamente el de EEUU, en donde los datos son claros y al seguro de desempleo no lo llaman empleo. No estoy en contra de esos seguros, pero el problema es que no dejan trabajar bien al mercado laboral. Afecta la dinámica del sector privado, porque la gente termina optando por los subsidios que otorga el sector público, que son más comunes en tiempos electorales, y así se encarece el costo laboral de las empresas.